7.1.18

No me lo esperaba


Me di cuenta en el subte. Iba de lunes a viernes al centro, a morir (y a matar) por unas pocas monedas. Te venis grande y algo tenés que hacer para ganarte la vida, salvo que sepas tocar el bandoneón o te hayan convocado para jugar en los Toronto Raptors. No era mi caso.
Viajar en subte es la muerte desde ya, es el horror de estar vivo, es todo lo malo de este mundo y es un poco más y tenés que entender que te lo merecés porque bueno, porque no sabés hacer nada y punto.
Lo que hacía yo, durante el viaje en subte, era tratar de cerrar los ojos por dos estaciones o tres, respirar, sentir la respiración. Había leído libros que decían que eso, respirar y nada más, lograba calmar la mente. Pero a mí no me calmaba un pomo, pensaba, pensaba todo el tiempo en qué esquina de la vida había doblado tan mal para que todo se fuera al mismísimo carajo.
Abrí los ojos, estábamos en la estación Pueyrredón y se me ocurrió mirar, justo antes que arrancara el subte. Miré, desde una punta del vagón, hacia la otra punta del vagón. Todos, la gente, los que viajaban, cada uno metido en su teléfono. Estaban la tribu de los adoradores del candy crush, las chicas que miraban fotos, fotos de playas y tragos servidos en grandes copones con sombrillitas, fotos de perros y gatos y más chicas en bikini, ellas mismas o quizás otras chicas, haciendo trompita con la boca en paraísos con artificiales palmeras o terrazas con módicas pelopinchos. Estaban los que cabeceaban, epileptoides movimientos al ritmo de la inimaginable mierda musical que les reventaba los oídos a través de modernos auriculares con o sin cables, estaban los que sacaban la lengua o sonreían mientras tipeaban mensajitos plagados de emoticones que al parecer lograban expresar lo que ellos no sabían sentir ni mucho menos escribir, y así.
Me sonó la campanita, hubo un click. En el ahora, en el momento real, en el presente por decirlo de algún modo hecho de espacio y de tiempo y de la más pura nada, no había quedado nadie. Todo el mundo se había ido pantallita mediante a otra parte. La vida se había vuelto tan intolerable que la gente no había tenido más remedio que escapar.
Podría haberme desnudado ahí y frotarme el torso con un pedazo de trescientos gramos de dulce de membrillo, o bajarme los pantalones y ponerme a defecar en cuclillas, nadie se hubiera dado cuenta. No había más nadie, todos se habían ido a Multimedialandia.
Salí a la calle, caminé por Florida y era lo mismo. Había cuerpos, sí, pero como objetos, como cosas, la gente estaba enchufada a algo, la mirada vacía, no había nadie adentro, no estaban ahí.
Y me empecé a sentir genial, después de tanto tiempo. Me di cuenta que el momento presente se había vuelto el lugar más cómodo del mundo, tranquilo y apacible, como caminar en invierno por la playa y meter las patitas en el mar.

9 comentarios:

Frodo dijo...

Naaaa Vd. es un genio, un Genio con mayúsculas, Groso.

Le pido por favor, que si alguna vez me cruza en la Estación Pueyrredón antes de hacer combinación con la H, me de una buena piña que me vuele los auriculares con sus respectivos cables hasta la estación Pichincha de la línea E o hasta el premetro si es posible.

Así me sentiré vivo. Así recuperaré mi alma... y no volveré al subte más que los fines de semana para ir a visitar a algún amigo o comprar libros en Corrientes.

Lo abrazo, dormido, o muerto, pero lo abrazo.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Se dice que ciertas tecnologías producen que la gente se aisle del mundo.
Y a lo mejor, como parece plantear tu relato, es el motivo de su uso masivo.
¿O acaso alguien quiere conectarse con la realidad de un subte lleno de gente¡

Saludos.

J. Hundred dijo...

*frodo! una de las poquísimas ventajas de andar en subte es que en determinado momento, conocidos y extraños son exactamente lo mismo. lo abrazo.

*el demiurgo de hurlingham! su comentario es tan pertinente como atinado. yo que usted daría por cerrado el 2018. no, aprovecho para decirle que si a veces le digo que es un imbécil, que su comentario es de una supina idiotez o variaciones por el estilo, se lo digo con afecto. o sea, hay tan poco para elegir que le tomé cariño. lo saludo.

Mr. Kint dijo...

Excelente, usté ta para Black Mirror.

Lo sigo leyendo,ahora en silencio.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! quizás estamos compartiendo un mismo silencio en el que usted cree que me lee, en el que yo creo que escribo. lo abrazo.

Bob Harris dijo...

Me permito molestar con dos comentarios.
A veces pienso en una Bablel 3.0 o una I-Babel en la que el idioma es el mismo pero la capacidad de entender ya no existe. Los símbolos, ahora universales, pueden significar cualquier cosa y por ende todo y en consecuencia nada. Quizás también sea Multimedialandia, total se la puede llamar como se le cante a cada uno.

Hace un tiempo me tocó visitar durante un par de años en el país de los bebedores de vodka, nunca aprendí su idioma, al principio por una gran desidia, a la que después se le sumó la comodidad, a veces muy placentera, de estar rodeado de gente de la que ni por casualidad me iba a enterar algo de sus vidas.
Un amigo mío, que dice conocerme bastante me dijo que soy un hijo de puta por disfrutar esas cosas, que seguro miento, evidentemente no me conoce tanto.

Lo suyo siempre es un placer de leer.
Abrazo

J. Hundred dijo...

*bob harris! la idea de estar perdido en medio de la multitud asusta en tanto uno todavía se siente individuo y de algún modo individualizable. si uno descubre que está en medio de gente que no lo podría entender, y que uno tampoco podría preguntarles nada, bueno. creo que de algún modo resulta tranquilizador. lo que quise decir es que me encantó su línea argumental. lo abrazo.

Caia dijo...

:)

J. Hundred dijo...

*caia! santa madre de deus y la virgen que llora lágrimas de aperol! quiero decir, no me lo esperaba. ah, bonita sonrisa.