7.10.17

Leo no suelta


Iba al gimnasio, era joven. A falta de algún talento específico, creía que desarrollar el cuerpo me permitiría imponerme de algún modo, abrirme paso. Te repito por las dudas, por si no entendiste. Era chico.
No, no te puedo decir a qué gimnasio iba, tres o cuatro veces por semana. Quería usar remeras ajustadas, que las chicas me miraran cuando iba a bailar, si no podía ser querido ser al menos temido. En fin.
Llegaba al gimnasio a las seis de la tarde, tenía fuerza y tenía el objetivo. Tenés que entender que los gimnasios de antes, no sé, hace veinte años, no estaban plagados de depilados maricas como ahora. Ni la gente se empastillaba hasta que los testículos les quedaran del tamaño de arvejas. La gente iba, saludada, hacían pesas, miraban el culo de alguna chica que hacía bicicleta fija.
A la hora que iba al gimnasio había poca gente. La gente más grande, la gente que trabajaba llegaba a partir de las siete de la tarde, y yo a más tardar a las ocho me iba. Así que nos conocíamos, los que llegábamos en el horario de la tarde. Un par de jugadores de rugby, un tipo de bigotes tirando a gordo y con el pelo teñido de un color inadmisible, un pibe en cueros muy atlético que hacía sólo ejercicios con el peso de su propio cuerpo, flexiones, barra, paralelas para los tríceps, decían que era luchador.
Y estaba Leo. Leo era un chico con síndrome de down, pero no era un chico. Debía tener treinta años o más, imposible saberlo. La expresión tan particular en el rostro, tan característica, algo de espuma en la boca, la mirada perdida. Empastillado, bajado en vueltas, la madre venía al club a hacer alguna clase de gimnasia y lo dejaba tirado ahí por un par de horas. Los profesores lo dejaban sentarse en la entrada, le daban galletitas. Cada tanto, Leo imitaba a alguien que hacía un ejercicio, hablaba pero costaba entenderlo, se le trababa la lengua. Todos los que llegaban lo saludaban, y si Leo preguntaba algo le tenían paciencia. Era parte del elenco estable, lo querían.
Sucedió, lo que quería contar, un día cualquiera, ponele un martes, en el gimnasio había más gente que de costumbre, era verano. El profesor había ido hasta la pileta a merendar con el guardavidas y ver chicas en malla.
Yo estaba acostado haciendo abdominales, escuché gritos. Era Leo. Gritaba, aullaba de dolor, no decía nada específico. Tardé en incorporarme, fui al sector de donde provenían los gritos.
Entonces lo vi.
Estaba colgado, Leo, de la barra para hacer dorsales. Con ambas manos, como podía. Debía haber visto a alguien haciendo el ejercicio y lo había imitado. Pero. No podía soltarse.
Alto, alto, el asunto era más complejo. Colgado de la barra debía estar, como mucho, sus pies, a treinta centímetros del piso. Lo único que tenía que hacer era soltarse, abrir las manos, no había forma que se lastimara. La altura que lo separaba del piso era la altura de un par de escalones, pero entonces entendí. Leo no podía procesar la orden. Le dolían las manos, le dolía todo el cuerpo por el esfuerzo, y no lograba entender que si abría las manos de pronto aparecería otra vez sobre el piso.
Se habían juntado dos o tres personas.
–¡Bajate, Leo!
–¡Soltate! ¡Abrí las manos!
La escena era horrible y graciosa a la vez. Al final, lo agarraron entre dos, le sostuvieron el cuerpo abrazándolo, y un tercero subido a un banquito logró abrirle los dedos para que soltara la barra, uno por uno.
Lograron ponerlo otra vez sobre el piso, Leo dejó de gritar.
Al rato nos olvidamos de Leo, alguien le dio un vaso con Coca Cola y le limpió la cara con una toalla. Cada uno siguió con lo suyo.
Pero yo me quedé pensando que la situación había sido de lo más curiosa, todo el problema, porque Leo no había entendido que debía soltarse. Soltarse y nada más. Años después nos tocaría darnos cuenta que todos haríamos, de algún modo, lo mismo. Que todos seríamos tarde o temprano una clase de Leo, con el tiempo vas entendiendo.

6 comentarios:

Jorge Aureliano dijo...

Querido Hundred, hace más de un año que lo leo. La primera vez que me encontré este blog fue el 6.9.16 con la entrada "son situaciones".
Cómo muchísimas otras veces, hoy me toca pararme y aplaudir frente a la pantalla de la computadora como un loco, gritando a viva voz "La puta madre que lo parió que bueno que está".
Sienta este aplauso y mi abrazo tucumano.

Frodo dijo...

Convierto el aplauso de Jorge Aureliano en una dupla chiflada y espontánea con la esperanza de que se transforme en una ovación de la que espero Vd. no se pueda olvidar en su puta vida.

Para graficar de algún modo lo que me ha sucedido entre su anterior relato, y este, que es una maravilla, le dejo el siguiente enlace (yo vendría siendo Harry).
https://www.youtube.com/watch?v=GSFkInIjb1s

Por otro lado le comento que me llamo Leo, por lo que el relato pega como trompada de Leo

Lo abrazo sabiendo que va a ser difícil soltar.

PD: Leyendo a Jorge Aureliano, sigo pensando que, excepto por las giladas que yo digo, Vd. debería editar un libro con los comentarios de Elsubte.

vodka dijo...

amigo, todos somos mogólicos a la hora de tener que soltar.
yo misma, vea, tan compuesta, tan inteligente (si, soy muy inteligente casi como Leo) no suelto me agarro a la barra con ahínco y virulencia, no dejo que los buenos amigos me agarren de los dedos agarrotados al travesaño.
mucho marica de gimnasio hoy, vienen y me ven agarrada . Ya soy parte del paisaje.
me sacaran muerta, mas temprano que tarde.

vodka dijo...

le puse un link en twitter, para expandir la enseñanza.

f dijo...

es excelente...

hace unos días hablábamos de quiroga (no con usted)

otro link:

https://www.flipsnack.com/Zhitekho/la-gallina-degollada.html

J. Hundred dijo...

*jorge aureliano! descubrir que cada tanto uno puede hacer algo, y que eso que uno puede hacer le puede gustar a alguien, es una experiencia de lo más reconfortante. aunque ya le dije, su generosidad es excesiva. lo abrazo.

*frodo! estimado, creo haberlo dicho alguna vez. este blog debió haber finalizado hace tiempo, con la publicación de un libro. también pude, por qué no, ser descubierto como el autor más importante de la cyberbobósfera de los últimos treinta años, conseguir fama y fortuna, torcer de algún modo mi vida, en fin. nada de eso sucedió. mientras tanto he entrado alguna que otra vez a una librería, y he visto expuestos ejemplares con títulos como 'los cuentos del osito mimosito', o peor aún 'el combustible espiritual'. quiere decir entonces que quizás no tenía que suceder, vivir con eso. lo abrazo.

*nilda! hay un pequeño grupo de personas que, cómo decirlo, me aburren. después hay otro grupo de gente que me cansa. y después está la infinita mayoría que las dos cosas.

*nilda! había una bellísima película donde hicieron actuar al señor carlos monzón con el señor gianfranco pagliaro titulada 'soñar soñar'. pero 'soltar soltar' no se filmó, que yo sepa.

*f! tengo mis momentos.