14.8.17

In fraganti


Me contó todo Martín. Me dijo, me llamó y me dijo de vernos, y entonces me contó. Me dijo que no sabía cómo, cómo contarme, y que cuando lo había consultado con su mujer su mujer le había dicho que no me contara nada, que no se metiera.
Pero nos conocíamos desde la adolescencia, y aunque la vida se había encargado que dejáramos de vernos salvo para los cumpleaños de alguno de los pibes, bueno. Nos conocíamos de toda la vida, éramos amigos.
Me contó, Martín, que había visto a Mónica.
–¿Y? –Le dije.
–No, boludo –dijo él.
Y me contó que se había jodido la cintura jugando al fútbol. Y le habían recomendado un japonés que hacía acupuntura, por San Cristóbal. El japonés era un mago.
–¿Y? –Dije otra vez.
El japonés atendía en un pequeño departamentito sobre la calle Venezuela. Y él estaba haciendo tiempo porque había pedido el primer turno, a las nueve de la mañana. Había entrado a un barcito a tomar un café. Y entonces la había visto, a Mónica.
–¿Y?
Con un tipo. Un tipo de más o menos treinta años, flaco, de barbita. Estaban dándose la mano por encima de la mesa. Y se besaron.
–No puede ser –dije. Pero podía ser. Los martes Mónica daba clases, se iba bien temprano. Ah, Mónica erar mi mujer, mi novia, mi pareja. Llamalo como quieras, vivíamos juntos hacía más de dos años.
Martín me dijo que Mónica no lo vio, para nada. Y se fue. Me dijo que pensó en fijarse al otro martes. Me dijo que pasó por el bar y los volvió a ver.

Se fue, Mónica, el martes bien temprano, mientras yo tomaba el segundo café para despabilarme. Te llamo al mediodía, me dijo. Yo tenía que ir al laburo pero podía llegar tarde, a nadie le importaba.
Me bañé, me vestí, me puse el traje. Tenía la dirección del bar.
Estaba, Mónica, de espaldas a la puerta, con el pibe. Lo medí, un pibe flaquito, podía sentarlo de una piña sin inconvenientes. Iba a entrar y decirle a ella lo puta que era, lo trastornada y mala mujer que había resultado. Cómo tiraba por la borda todo lo vivido, los planes compartidos, las alegrías. Sentí rabia, furia, ganas de pegarle a ella también, ganas de llorar y decirle que me había lastimado y que la herida era imposible de soportar, muy profunda.
Entonces, todavía en la puerta del bar, di un paso atrás. Como si me hubiera confundido de dirección. Retrocedí otro paso, media vuelta, me fui.
A pesar de lo que acababa de ver, sabía que Mónica había sido lo mejor que me había pasado en la vida. Que después de ella todo lo que vendría para mí sería sombrío y triste.
Aunque durara quince minutos más, o dos días, lo mejor era seguir.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente Hundred. No soy nadie para decir si uno es mejor que otro, objetivamente, pero este, es de lo mejor que le he leído. Lo aplaudo de pie.

Jorge Aureliano dijo...

Usted siempre sorprende. Usted siempre reafirma su genialidad. Hace un par de textos que no lo leia. Me emocioné muchísimo con esta entrada.


Pienso que los lectores elegimos a los autores porque ellos escriben lo que nosotros no podemos. Juan, usted hace eso y es una genialidad.
Un abrazo.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Maldita conexión, justo se interrumpió cuando el comentario iba a publicarse.

Me gusta este relato, con la reaparición de Mónica. Es magistral, digno de publicarse en un libro.
También es magistral el haber evitado la confrontación, el elegir seguir, aunque sean 15 minutos o dos días.

Martín debió abstenerse de intervenir, como le sugirió su mujer.

Aplausos.

J. Hundred dijo...

*anónimo! si me hubiera preguntado a mí hace algún tiempo, hubiera dicho que lo mejor que he escrito es un poema relacionado con el nesquik. en cualquier caso, usted me dice que algo que escribí le gustó, déjeme saborear el momento. lo saludo.

*jorge aureliano! capaz que uno se pasa la vida creyendo que le fue negado determinado don, flequillo o dinero no sé. y no alcanza a ver que todos hemos recibido algo y no hemos tenido, simplemente, la capacidad de apreciarlo. me alegra haber tocado la tecla de la emoción en usted. lo abrazo.

*el demiurgo de hurlingham! me alegra que le haya gustado, con el tiempo me he ido acostumbrando a esperar lo peor de usted. lo saludo.

f dijo...

muy buen texto.
genera emociones ambiguas.
supongo que así será para cualquiera que haya vivido.
engañado, o engañando.
abrazo

Samain dijo...

No sé el tiempo que hacía que no pasaba por acá.
Usted nunca decepciona; una maravilla, como lo reordaba.

J. Hundred dijo...

*f! engañado o engañando, bien ahí. lo saludo.

*samain! estimada, yo le dije que se iba a olvidar de mí. una alegría saber de usted. la abrazo con mesura.

Frodo dijo...

Empecé a leer este relato pensando que Ud. la iba a cagar (no su personaje sino Ud. Juan), que de un párrafo para otro iba a tirar a la mierda todo lo construido en sus últimas publicaciones, y que la decepción ya no me daría ganas de volver a leer algo escrito por Ud.
Así tenga que esperar quince minutos o dos días, espero con ansias su próxima entrada. Y si me caga, ¡cágueme Ud. bien cagado!

Lo abrazo firme y de pie, porque se que estoy por abrazar a un Hombre

J. Hundred dijo...

*frodo! sepa que decepcionar es una de mis especialidades. lo abrazo.

Juan Sebastián Olivieri dijo...

Juan. ¡Extraordinario!

Vas a cumplir catorce años publicando en este blog. Creo que he leído todo lo publicado.
Esta entrada en particular es, visto en perspectiva, para mí, la cima de la obra.
Por lo conciso, por lo cotidiano, por la enseñanza, por la sabiduría

Simplemente extraordinario

¡Felicitaciones!

J. Hundred dijo...

*juan sebastián olivieri! estimado, es correcta su apreciación en relación al tiempo. nada que yo haya hecho en esta vida me ha durado tanto. tampoco me queda demasiado por decir, como habrá podido usted apreciar. lo abrazo.