28.1.17

Todo suma


No, ya sé, a ver si me entendés. Si está buena la mina mejor, claro que es mejor. Si te gustan los culos te entiendo, a mí me vuelven loco los culos, manosear un culo corto, ver a una mina en cuatro patas, meter un dedo o la poronga o la nariz y respirar apenas adentro, adentro del culo, es un bálsamo. Si te gustan las tetas, si la mina tiene buenas tetas, es genial. Chupar, chupar la teta, mordisquear los pezones como si fueras un ávido bebé. Ponerte a la mina encima y que te pase las tetas por la cara, o acostado boca abajo y que la piba te apoye las tetas en la nuca, eso también está muy bien.
Sí, que sea flaca, claro. Para poder bajar a la playa y no tener que ponerle un poncho, y no ver celulitis ni várices, claro que eso ayuda.
Que sea inteligente, claro. Si la mujer es inteligente se puede conversar, se puede ir al cine y que la tipa no te tenga que andar preguntando quién es el asesino. Que tenga sentido del humor, que entienda uno de cada tres o cinco chistes.
La risa, la risa de una mujer es muy importante, que no se ría como un marsupial, y el pelo. Poder meter la mano en el pelo y apretar. Que el pelo haya recibido el menor tratamiento posible. Pelo salvaje, natural.
Que no esté muy psicoanalizada, claro, te entiendo, porque si la mujer está muy psicoanalizada se cree el centro del planeta tierra y eso es un desastre. Se cree que por el solo hecho de existir el universo todo le debe algo. Que no sea una fanática de la higiene, se tiene que bancar que te metas un dedo en la nariz y juegues un ratito con el moco que sacás, o que le pongas un eructo a menos de cinco centímetros de distancia después de comer un pollo al ajillo en la Viña del Abasto, por ejemplo. Son situaciones, cosas que pasan.
Todo suma, claro que suma. Que le gusten los animales, que no le moleste caminar bajo la lluvia, que pueda ver un combate de box sin decir ‘no entiendo, para mí el boxeo no es un deporte’. Eso ayuda muchísimo.
Pero yo para saber si me interesa una mujer, la tengo que ver hacer puré. Puré de papas, con manteca, con leche, con nuez moscada, o con un poquito de pimienta, también. Todo lo demás puede ser más o menos importante, hay detalles que suman mucho. Pero lo que define, para mí, para saber si una mujer puede ser una compañera de ruta, es lo que te dije. La tengo que ver hacer puré.

21.1.17

Shock anímico


Una de las formas más seguras de curar a una persona de prácticamente todos sus trastornos psicológicos consiste en meter, a la persona, de noche, al mar.
No es complicado de hacer, en absoluto. Se concurre a cualquier playa de la costa atlántica, estamos hablando de un viaje de no más de cuatro horas, desde la capital.
Lo mejor por supuesto es ir fuera de temporada, y sí, va a hacer frío. Es parte constitutiva de lo que tiene que pasar.
Uno va al lugar, se debe concurrir a las doce de la noche, a la playa. Se le indica entonces a la persona que debe realizar lo que se le ha explicado previamente. La persona debe desnudarse y caminar hacia el mar. Meterse al mar, de eso se trata. Entrar en el agua hasta que el agua cubra la totalidad del cuerpo, excepto la cabeza.
Y listo, quedarse así, por tres o cinco minutos, flotando, ni siquiera es preciso nadar. No se ve nada, claro que no se ve nada, es parte de la idea. La persona flota en el agua, desnuda, en medio de la más absoluta oscuridad.
Es un choque anímico de una absoluta contundencia. La persona descubre la fragilidad de los piolines que sostienen una vida. Entiende, al mismo tiempo, que no maneja nada. Está, el sujeto, precisamente sujeto a fuerzas muy superiores a su capacidad de comprensión y raciocinio. Es algo que le sucede, le está sucediendo, no se puede explicar con palabras. Es un estado de percepción pura que excede la conceptualización. No se puede racionalizar.
Y se le van, como por arte de magia, a la persona, los miedos, las fobias, esa angustia tan existencial y única. Se borra de su mente la tristeza que le mastica el alma, el stress, la melancolía, cualquier forma de ansiedad.
También se puede hacer que cuando el sujeto sale del agua, purificado por decirlo de algún modo, descubra que el terapeuta se ha ido. Se ha llevado la ropa de la persona, sus efectos personales, el dinero, el teléfono celular. No, esa parte no tiene nada que ver con lo específico del tratamiento. Esa parte es para recordarle que la vida continúa.

14.1.17

Síndrome de abstinencia


Paro un taxi en una esquina. Subo. Pasan treinta o cuarenta segundos, un minuto quizás.
–Sí –me mira, el conductor, por el espejito, para ver qué sucede. Si estoy tipeando un mensajito en mi teléfono celular y eso me distrajo. O algo.
Sigo mirando por la ventanilla, el automóvil permanece detenido.
–¿Adónde va? –Pregunta el hombre.
–Qué carajo te importa, forro –digo–. Y dejá de mirarme, sos horrible.
O voy a un local, el mostrador de una farmacia, o de una fiambrería.
–Señor –me dice la persona que está del otro lado del mostrador–. Qué va a llevar.
–Te lo voy a decir justo a vos –respondo, la miro, apenas–, con la carita de pelotuda que tenés.
Hacen falta dos intentos similares, máximo tres, para agarrarme a trompadas. Hay gritos, sangre, alguien me tira un botellazo o saca un cuchillo. Alguien llama a la policía.
Es que desde que me dejaste mi vida se vino demasiado tranquila. Necesito conflicto.

7.1.17

No es tan sencillo


Pasaba por esa esquina todas las mañanas. Había, siempre, un mendigo. Dormía ahí, tenía dos perros y una precaria camita hecha de ropa. Permanecía echado, el hombre, sin molestar a la gente que pasaba, lo que equivalía a decir sin molestar a nadie. Tampoco pedía. Estaba descalzo, mugriento, y para todos los vecinos se había ido transformando en parte del paisaje. La policía no lo corría, él simplemente estaba ahí.
–Perdón –dije, me detuve, me incliné un poco ya que él estaba sentado, con la espalda apoyada contra la pared–. Buen día, quería saber si necesita algo.
Lo sorprendió mi pregunta. No la esperaba, o estaba en otro lugar. Su traslúcida mirada, sus ojos casi transparentes en medio de un rostro manchado de mugre, el cabello pringoso y revuelto.
–Si necesita algo –dije– ¿Lo puedo ayudar en algo?
–Ehh, bueno –se incorporó, apenas. Se frotó los ojos con un antebrazo–, Café, o café con leche. Hace frío.
–Bueno –dije.
–Tome –volví. Había ido hasta una heladería cercana. Le dejé, entre las piernas, un kilo de helado. Granizado de dulce de leche y frutilla.
A la semana siguiente volví a pasar.
–Buen día, señor –dije–. Quería saber si lo puedo ayudar en algo.
Me miró, el hombre. Se rascaba entre los dedos de los pies. Parecía tener hongos y sarna.
–Sí –dijo–. Hace un par de días que no como. Me gustaría comer, una hamburguesa, con papas fritas.
–Por supuesto –dije–. Ya vuelvo.
Había un Mc Donald’s a una cuadra. Fui hasta un kiosco, compré tres atados de cigarrillos y un encendedor descartable. Volví, se los di.
–Que tenga un buen día –dije.
Pasó otra semana, así funciona el tiempo. Volví.
–Buen día, señor –dije, sonreí–. ¿Necesita ayuda? Quiero decir, ¿precisa algo?
Me miró, el hombre. Uno de sus perros dormía enroscado. Los perros cuando duermen tienen una expresión que es todo lo bueno de este mundo.
–No sé –dijo, se acarició la barba–. Me acuerdo de usted, le pido algo y me trae cualquier otra cosa. No entiendo, así que no sé qué pedirle.
–Es cierto lo que usted dice –dije–. Pero en mi modesta opinión, la mayoría de las veces no sabemos muy bien lo que queremos. Además el odio es un motor mucho más poderoso que la satisfacción, eso desde ya.