El
asunto es, bueno, como todo, más o menos, así. Si tenés más de treinta años
fracasaste, eso es seguro. Es algo cronológico, no tiene nada que ver con la
voluntad. No vamos a discutir eso.
Lo
interesante, si esto puede tener algo de
interesante, es qué hacés con tu fracaso. Qué hacés con eso.
Te
doy alguna pista, lo que me gusta a mí, pinceladas gruesas.
Me
gusta cuando veo a un taxista que maneja, que maneja con una indefinible mezcla
de solvencia y displicencia. No insulta a nadie, no se apura, tampoco le
interesa demasiado conversar con el pasajero (vos, en este caso). El tipo sabe
que el tránsito es un metálico mar que no va a parar nunca, se trata de poner
primera, después segunda, después frenar, punto muerto. No importa, no importa
si hace calor, no importa si llueve. No importa si soñaste con ser piloto de
fórmula uno o si te gusta ir los domingos a pescar a Chascomús o si tu nena
chiquita tiene varicela. Primera, segunda, y otra vez.
Me
gusta cuando veo a un pianista en el lobby de un hotel, tocando melodías de
jazz de la década del cincuenta para sonrosados turistas alemanes que usan
camisas hawaianas y se ríen a carcajadas sin llevarle el apunte. Me gusta
porque el tipo sigue tocando mientras un japonés tropieza con el piano por
retroceder sin mirar hacia atrás para sacarle una foto a su escuálida señora (yo
preferiría, llegado el caso, coger con una tira de asado). Me gusta porque el
tipo de pronto se acuerda de algo, una nota, un fraseo de Tony Bennett que lo
hizo feliz, y entonces golpea las teclas con energía mientras un grupo de
turistas brasileños arrastran sus valijas repletas de prendas de cuero
(camperas de gamuza, con flecos en las mangas, pobrecitos), y sonríe.
Me
gusta cuando veo a una peluquera que tiene algo para contar a pesar de haber
tenido que meter sus gastadas manos en treinta y siete cabezas ese fin de
semana, y te recomienda un champú que te va
a dejar el pelo suave como las tetas de una comadreja, y mueve el culo
que ya casi no es un culo para vos, sólo para vos, porque sabe que le estás
mirando el culo aunque el delantal esté a punto de explotar y derramar todo ese
culo sobre las baldosas llenas de pelo. Me gusta porque tiene ganas de contar
un chisme de alguien que actúa en la televisión, y se ríe bien fuerte, y mira
una revista donde hay una isla en medio de un mar color turquesa pero ni piensa
en la isla ni en cómo llegar, le gusta el turquesa, sabe que le queda bien ese
color, con eso le basta.
Podría
seguir, claro, es fácil seguir. Me gusta la gente que corre pero apenas, trotan
diez minutos para ver si les anda el corazón, para verificar que están vivos,
estar vivo es una buena noticia, necesaria y suficiente. Me gusta la gente que
coge con entusiasmo, como pueden, cogen sin pensar en pornográficas imágenes
porque saben que el entusiasmo es el piloto del calefón de la alegría, y con
bajar un poco las luces alcanza para no ver demasiado lo que hay del otro lado,
después de todo a quién carajo le importa la realidad, desde cuándo. Me gusta
la gente que sale de la fiambrería con un poco de queso y un poco de dulce de
membrillo como si llevaran el más preciado de los tesoros, la comida molecular
te la podés meter, con cucharita, en el culo (y el sushi también, mamucha).
Para
resumir, entonces, porque me tengo que ir. Me gusta la gente que descubre que
el fracaso es la más exquisita de las excusas para abandonar el esfuerzo, y
deciden, entonces, pasarla lindo con lo que hay, tomárselo con calma.