Después de los treinta años, te habrás golpeado la cabeza contra el techo. El techo, tan metafórico como real, es el techo de tus posibilidades. Si estás casado es probable que te divorcies, y si estás divorciado es probable que te cases otra vez. Se trata de enfrentar los momentos donde la soledad te lastima los tímpanos y pensás que todo lo que necesitás es encontrar la compañía adecuada, o simplemente compañía para terminar huyendo al poco tiempo boqueando como un pez que se desespera por llegar al remanso del agua y poder respirar, un poco, otra vez. Te parecerá que la génesis de todos tus problemas es el trabajo que te atormenta, y que si tan solo no tuvieras que ir a ese maldito trabajo entonces sí podrías finalmente hacer lo que por tanto tiempo soñaste. Pero si te quedaras sin trabajo por tres meses, empezarías a planear cualquier trabajo absurdo, desde domador de delfines a fabricante de alfajores de maizena, porque no sabés qué corneta hacer con tu alma. Y está el aspecto lúdico, claro, las ganas de aprender teatro o tocar el piano o volverte un avezado jugador de ajedrez. Pero es tarde, lo sabés. ¡Y viajes! Claro, viajes, hasta que te das cuenta que las últimas mil trescientas veinticuatro fotos que sacaste son una repelotudez, y que un monasterio es un monasterio donde los que aspiraban a conversar con Dios tienen que lavarse los dientes y comer un puñado de arroz día tras día, esperando el rayo de luz que nunca llega. Y descubrís que la arena de San Clemente y la arena de Egipto es más o menos la misma cosa. Y boludos hay en todas partes, y gente que te quiere vender una alfombra, claro que sí. Y te volvés. Y puede que te encuentres con la chica que fue tu novia durante quinto grado de la escuela primaria, y no puedas creer lo que ves. Y puede que te emociones cuando alguno de tus hijos actúe en la fiesta de fin de año, o no.
Y después te empieza a molestar tremendamente la rodilla izquierda, o no ves bien de un ojo, o el colesterol se te voló a 33. Después se pone peor, y en la tele dan siempre las mismas series.
Y después te empieza a molestar tremendamente la rodilla izquierda, o no ves bien de un ojo, o el colesterol se te voló a 33. Después se pone peor, y en la tele dan siempre las mismas series.